jueves, 30 de julio de 2009

El Carnicero de Okeville
Una obra de teatro a dos.*



En Quito, Ecuador, la escena actual está cambiando y lo hace por lugares que ya son habituales en la historia de las vanguardias: la marginalidad, los circuitos subterráneos, los espacios no convencionales, el mestizaje de lenguajes y estilos de producción.

Hace pocas semanas, con la edición anterior de El Apuntador, me quejaba de la ausencia de espacios y reflexionando sobre el tema, no dejé de sentir un poco de incomodidad por la mala interpretación de mis palabras o de su interpretación sesgada. La falta de espacios escénicos, patente en nuestro medio y piedra angular de la crisis creativa en que vivimos, no sólo tiene que entenderse desde la infraestructura inexistente, sino fundamentalmente desde la apertura política y desde el diseño de programación de los lugares escénicos estatales y privados que ya existen.

Un buen ejemplo de esto es la programación de este singular experimento escénico dual, como le han venido a llamar sus creadores, que ha sido cobijado por El Patio de las Comedias en una entretenida y verdaderamente singular propuesta de duración y formato. Bien por el Patio, que por otro lado, se guarda las espaldas con su habitual apesta comercial de pequeño formato para otro tipo de público. Esta creo que es la manera inteligente de generar público y de entender la especificidad de los materiales escénicos. Tratar bien al artista, es fundamentalmente tratar bien al objeto artístico, y esto sólo puede suceder sobre la base de un profundo conocimiento del hecho escénico.

Fernanda López y Mauricio Gallegos brindan un formato por capítulos de una obra que vive en este formato y él constituye la parte más interesante de su accionar dramático. Conocer al asesino, la asesina en este caso, antes, de frente, mediados por olores, sabores y ante la vista de una escenografía que es tan simple como compleja: la propia ciudad, viva, detrás de los cristales de la improvisada sala de representación, alimenta un juego vertiginoso hacia el suspense. Un thriller teatral. No gratuitamente, el autor, Salomón Reyes, mexicano, tiene una dilatada experiencia en medios audiovisuales.

Quizá este poco pudor, que le brinda al autor la experiencia desarrollada, y los ojos puestos en esta singularidad por los actores, hace verdaderamente brillante a esta obra dentro de un panorama teatral ecuatoriano que es verdaderamente deprimente. La obra es, por sí misma, un ejemplar de antología.

Poco podemos entrever de la corrección técnica u organicidad de unos actores que se entregan vivamente a su esfuerzo, que juegan con los límites naturales de la representación y la intentan convertir en exclusiva presentación o fenomenología. Ellos, performan la obra, mientras la obra se performa para todos, nos meten dentro de la trama y así la obra vuela. Así, la vida escénica es un algo que es parte de todos los que estamos en ella y eso es verdaderamente único.

La única pena es tener que esperar por más. El carnicero o la carnicera, nos han dejado como picadillo.




*Publicado en la revista de crítica y Artes Escénicas EL APUNTADOR no 40

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