martes, 26 de noviembre de 2019

El duelo

Ivan Aivazovsky

Un día, varios años después, lloré la muerte de mi padre. Fue una Epifanía, si se la puede llamar así, un encuentro mágico con el duelo. Ahora feliz, recuerdo con nostalgia esa dura representación de una versión de mí que no conocía.

Gustavo era un hombre bellísimo, un modelo de belleza. Literalmente. Delante de él, una copa de vino de cepa Malbec. A su lado, Martina,  de mirada suave, quizá por la presencia de Gustavo, intenta simplemente estar.

"El Malbec es una cepa gay, León". Él desliza una gota generosa de vino en su boca deliciosa y me mira lúbrico y divertido. Me cuenta que en su país que cuelga del Río de la Plata, quien pide Malbec, pide un vino suave, poco resistente a las papilas gustativas, pero profundo y antiguo. Hemos decidido tomar todos esa cepa, cuando han dejado que yo tome esa decisión.

No pude continuar la frase de respuesta que había empezado. "Mi padre era..." Mi cuerpo lloraba y yo, con la cabeza gacha simplemente, asustado, intentaba sencillamente no emitir sonidos.

- Perdonad, resolví alzando la mirada.
- No. Has llorado como un hombre, me dijo Gustavo, bajando la mirada y tomando la rodilla de Martina. Fugazmente, durante unos segundos, fueron la pareja que hace mucho no eran. Y que jamás volvieron a ser, por otro lado.

Descubrí que era mentira que mi padre no hubiese hecho una relación profunda conmigo.

Que la muerte era mentira, mentira, mentira.