martes, 16 de febrero de 2021

En memoria de Orlando Sierra*


por Marcelo Larrea


Solía caminar por los predios universitarios con sus blue jeans raídos y su cola a la otavaleña; tenía la rara habilidad de mimetizarse con las generaciones que año tras año incursionan en la Central, donde se destacó como un catedrático de agudo sentido crítico.


Solía armar barricadas entre las calles del viejo Quito, para encender el fuego de las huelgas generales, con las que la clase obrera ha respondido a los dictámenes coloniales del Fondo Monetario Internacional, entonces, piedra en mano agitaba a la muchedumbre y le convocaba a la lucha. Reunía a la vez la perspicacia del observador y analista científico y el coraje del militante apasionado.


Solía escribir versos y escuchar a los poetas. Una vez lo vimos al pie del monumento a Dante Aligheri en La Alameda, presentando la "Pedrada Zurda". Solía amar en dolor mayor, así llevó en sus manos el cadáver de su hija, Sayonara, destrozada por más de 40 balas de los asesinos uniformados en los días sangrientos del febrescorderismo.


Militante del Partido Socialista Revolucionario, firme partisano de los destacamentos de la clase obrera, dirigente de la FEUE en su juventud, de la Federación de Trabajadores de Pichincha, Presidente Honoris Causa de la Sociedad Artística e Industrial de Pichincha, profesor universitario y ensayista, todo en grado relevante, Orlando Sierra fue símbolo, signo y cifra de una generación que buscó tesoneramente la revolución y, solo encontró los trágicos vientos de la traición stalinista que se esparcieron por el mundo, desde la persecución de la Oposición de Izquierda en la década del 20 hasta los actuales capítulos de la Perestroika.


Orlando Sierra encarnó el espíritu indomable de un revolucionario, mezclado con el estoicismo romántico y bohemio de los guerrilleros legendarios de América Latina. El vivió la revolución cubana, el suicida drama heroico del Ché, la ilusión e inexorable muerte del frente popular de Allende, la victoria y derrota de los sandinistas y finalmente el colapso de los regímenes stalinistas. con sus burócratas buscando la vía rápida al capitalismo. Vio a sus falsos héroes desmoronarse ante sus ojos y descubrió su rostro verdadero, tarde, cuando ya la muerte lo abrazaba.


Lector cautivo de León Trotsky, le gustó llamarse a sí mismo trotskysta, a pesar de que no lo fue y nunca asumió la militancia política en la Cuarta Internacional. Víctima del eleccionismo de su tiempo, casi consustancial a la intelectualidad latinoamericana, fiel a las versiones ecuatorianas del socialismo de Manuel Agustín Aguirre, fue su heredero elegido.


En sus últimos años bregó por la democracia en las organizaciones obreras, la democracia que aterroriza a la burocracia sindical, que le respondió con la condena al aislamiento, pero continuó su lucha hasta el amargo día en que un accidente le cegó la conciencia y meses más tarde la vida.


Por sus irreductibles valores, por su ejemplar honestidad, por su devoción al socialismo, a pesar de todos los errores y limitaciones que adversarios y compañeros puedan imputarle, su nombre y su obra reflejando su propia luz quedan ya, indeleblemente escritos en la historia de la clase obrera.




*Publicado en el periódico La Hora el jueves 12 de septiembre de 1991

viernes, 12 de febrero de 2021

Los sabores de mi tierra

 

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Primer programa de esta serie gastronómica que se emite por www.ondaeqdigital.com con la magnífica producción de Verónica Salgado y la edición de Miguel Andrade