martes, 20 de febrero de 2007

Dos tiempos

Un día me pasó que me di cuenta de que no era como los demás niños. La sensación exacta era como si hubiese faltado a unas cuantas clases y todos los demás manejasen una información que yo no sabía, un lenguaje extraño y mi velocidad, justa, pequeña y lenta, no alcanzaba estar, con ellos, en sus juegos. Luego en la adolescencia viví un desmesurado oasis de popularidad y alegría que duró hasta bien entrados los veinte. Pero poco a poco, en esta última década, la idea de estar a la zaga del mundo cobra más realidad que antes y borroso veo cómo gentes van y vienen, mientras las personas que conozco hacen tantas cosas que no alcanzo a ver desde mi cama de sueños.

domingo, 28 de enero de 2007

Sopas de pan

Durante largos años en mi infancia mi abuela tenía una asistenta, que en mi familia se le llama o llamaba la empleada. La empleada de mi abuela fue prácticamente mi nodriza ya que mi madre solía trabajar y/o acompañar con amor a mi padre en sus campañas políticas y sindicales mientras yo la aguardaba en casa de mi abuela, la casa grande, la que llegó a ser mi casa y la familia de mi madre, mi propia familia convirtiéndome en el último hijo de otros seis: mi madre y sus hermanos. De hecho, yo la llamo mamita Filo (se llama Filomena) y a mi madre la llamo por su nombre (bueno, la verdad sea dicha, últimamente llamo madre a mi madre por aquello de incidir en mí como hijo que profesa cariño y respeto a su progenitora como lo que es, por ser más sencillo, por ser más real, como los demás). Mi nodriza se llamaba Blanca, la Blanquita, y me adoraba -y yo a ella. Cuando, después del colegio, me llevaba mi madre a casa de mi abuela -que siempre estaba ocupada reformando su interminable casa, añadiéndole habitaciones independientes a las que les añadía cocinas y baños independientes para sus hijos que ya no eran unos críos; o, estaba con sus amigas jugando a las cartas y tomando un exquisito te con pastas y golosinas que yo también disfrutaba-, yo estaba en la cocina con la Blanquita deslumbrado por las tareas que ella asumía y gestionaba en la intención de adivinar el deseo y pensamiento de mi abuela a la hora de servir las viandas de la merienda; lo buena anfitriona que todo el mundo reconoce que es mi abuela, se lo debe en gran parte a esa mujer que siendo mi nodriza me enseñó a tomar lo que hasta hoy es uno de mis vicios culinarios: el café.
Al llegar a aquella casa, con mi madre, ya en las escaleras olfateaba el café que se molía y colaba en esa cocina de mi infancia, donde luego, entre pedacillos flotantes de un exquisito pan blanco, salían las pequeñas cucharadas cargadas como aviones rumbo a la boca, esta es por su papá, esta por su mamá, esta por su mamita Filo... brrruuu, brrrrruu...

sábado, 27 de enero de 2007

Sueño

Siempre pienso en mis sueños; no solamente en mis sueños, la verdad... siempre pienso en todo. Los que me conocen saben que siempre que estoy callado, estoy pensando en lo que sueño o, lo que es igual, soñando.

Esta mañana me he despertado con una pesadilla. Hace ya tres semanas que tengo pesadillas todos los días. El asunto es bien fácil, a la vez que obsesivo: sueño que estoy tan cansado que no puedo caminar, y esto suele suceder mientras cruzo un semáforo o tengo que subir unas escaleras. Tengo que llegar a una hora determinada para algo que -en el sueño- siempre carece de importancia, pero me angustio y sigo intentando dar otro paso y llegar.

¿Qué absurdo, no?

El hámster dice que estoy tan cansado de luchar en la vida que creo que todas mis metas son inalcanzables, y así lo recreo en mis sueños. La verdad: hoy que interpretó mi sueño de esa manera, me pareció que había algo de macabro en esa idea. Hay algo de macabro en la idea que tengo de mí y de mis posibilidades.

Espero que esta noche no tenga otra pesadilla, sobre todo porque estoy muy cansado de pensar en lo que sueño, y de interpretarlo. Cansado.