lunes, 21 de junio de 2010

una herida absurda

desplazar la verdad, contarse una historia que se encapsula obsesivamente, sacar la cabeza del agua para respirar, volver, volver, volver... conjugarse en infinitivo, irremisiblemente, para no arriesgarse a ser el tonto ingenuo, estar, intentar estar.

sin la debida atención, las palabras son solo manchas en la retina, no duran más allá del siguiente pantallazo, el triunfo de la posmodernidad, el capitalismo de la supremacía del individuo, el éxito.

ahora recuerdo muchas cosas, como por ejemplo que, la sordera sensible de mi padre no le permitió acercarme a nada musical. sin embargo, ahora, escuchando en mis horas de soledad o compañía (gracias, de verdad), sé que hay algo que él sentía cuando me hablaba de la vida. la vida, decía, como tres patines. y tras el alcohol, se quedaba dormido y en pequeño lapso de dos o tres segundos despertaba y ya no recordaba nada de lo que decía y lo repetía insistentemente o ya la conversación era una errática sucesión de incoherencias etílicas.

el miedo cobijando mi mirada. la infancia cobijada por el miedo. el miedo rompiendo la relación de dos hombres que no sabían que no es otra cosa que lo contrario del amor, porque el odio no es el antípoda del amor, es el miedo el que camina diametral en dirección al amor, del que se acerca a medida que se aleja. irrenunciablemente.

ahora sé que el miedo es el mago que me hace -finalmente- llorar, detrás de estos acordes que no escapan de la ventana de mi departamento, en Quito. ahora pienso que tal vez el miedo no hizo que el tango estuviera entre mi padre y yo.

porque el pasillo es duro, el bolero, otra cosa... pero el tango... el tango...

el tango no miente.



Lastima, bandoneón,
mi corazon
tu ronca maldición maleva...
Tu lágrima de ron
me lleva
hacia el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo, todo, tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
mi confesión.

Contame tu condena,
decime tu fracaso,
¿no ves la pena
que me ha herido?
Y hablame simplemente
de aquel amor ausente
tras un retazo del olvido.
¡Ya sé que te hago daño!
¡Yo se que te lastimo
llorando mi sermón de vino!

Pero es el viejo amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturda,
la curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón.
Un poco de recuerdo y sinsabor
gotea tu rezongo lerdo.
Marea tu licor y arrea
la tropilla de la zurda
al volcar la última curda.
Cerrame el ventanal
que arrastra el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras el alcohol?


Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo





2 comentarios:

fernando mejia dijo...

Y Louis Malle dijo

"Las personas heridas son peligrosas; saben que pueden sobrevivir”

un abrazo grande

No conocía el tango, precioso.

Sofia dijo...

verdad.. toda verdad.. el miedo o el amor.. no hay lugar para dos..
lindo/sentido/profundo/verdadero este texto..!
buena manera de que estas manchas valgan mucho mucho mucho la pena!

saludos,
So