jueves, 10 de junio de 2010

Para verse hacia adentro hay que maquillarse

invitada: Rocío Carpio

Proyecto EXODODEDOSEXOS Una mirada escénica sobre la identidad sexual. con: Simonné Bernardette y Malva Malabar


Texto de Juan Carlos Cucalón
Ambientación de Fabiano Kueva
Producción de León Sierra
Dirección de Martín Miguel Vaamonde
Estreno: Martes 28 de julio del 2009

El inicio es una trasgresión de los límites entre lo documental y lo teatral. ¿Por qué? No porque la obra inicie mientras la gente iba entrando, ni por su comienzo disuelto en la postura casual del tras bambalinas. Por el loop. Por ese “rewind” en el que Malva Malabar repite sus líneas, casi imperceptiblemente, en una escena clonada un segundo después de ser interpretada, como para calentar motores. ¿Era intencional? ¿Era improvisado? No importa. Desde allí, desde ese preciso detalle casi desapercibido es que inicia la construcción de la atmósfera de la obra. La repetición anuncia que puede ser un ensayo, que es una obra en construcción, que incluso quiere llevar al espectador a un segundo nivel: el falseo de la impostación, que por ser un “menos por menos” se convierte en una puesta en escena naturalista. Hay una intención que persigue la verosimilitud.

La obra empieza en la superficie, en el maquillaje como la corteza del travestimiento. Simonné Bernardette y Malva Malabar se recubren de polvos, sombras, brillantinas, se dibujan la máscara. La persona que nace al abandonar la piel velluda, el pelo corto, el pecho plano, que se embute en un maravilloso vestido, esa persona nace sólo para desvestirse en el tablado. Mientras más maquillaje más verdad. No es un show drag, no es un espectáculo queer aunque a veces quiere serlo, y otras, lo escupe en la cara. Unas veces hecha mano del recurso facilista del chiste gay, otras se aleja completamente de esa estética e incluso la desprecia al intentar cavar. Ir hacia adentro. De eso se trata Éxododedosexos. Es una cirugía de vientre abierto, es una disección incluso, porque habla de la desazón, de la incomodidad que produce la duda, la indecisión y el cisma. De la melancolía del no-ser. Un sentimiento intermedio, suspendido, pero no estático. Resulta inquietante ver “sufrir” al personaje vivaz de Malva. Inquietante y atractivo. Ella esta vez es la suma de dos condumios. La tragicomedia que Juan Carlos Cucalón quiso escribir y que terminó siendo más que eso. La evidencia del ser partido en dos, la escenificación de la nostalgia del cuerpo y del alma. El espectáculo del desmembrado. Como en una cirugía, nuevamente.


Éxododedosexos es el teatro dentro del teatro. Ésta vez el cliché se salva gracias a la analogía de la puesta en escena y el tras-escenario, con el travestimento y el ser que habita detrás del maquillaje. La desnudez es en dos niveles. Dos actrices travistiéndose mientras esperan montar un texto de Tenesse Williams, se interpretan a sí mismas, se documentan desde ese no-espacio que constituye el camerino. Se trata de un texto potente, aunque de nivel disparejo, que saca ventaja muchas veces de su fluidez rítmica y de los límites imperceptibles entre el desahogo de la improvisación y el rictus del texto dramático.

En un principio, el juego escenográfico denota un duelo, el lenguaje corporal y la disposición espacial conducen hacia un combate de fuerzas equivalentes e inversamente proporcionales. Cada personaje es el negativo del otro y viceversa. Eso, en un principio y por ciertos instantes en los que se rompe el ritmo. Luego, deja de serlo de golpe: se convierte en un vaivén que oscila entre la superficie y entraña-a-la-vez de Simonné, y la ruptura del adentro y el afuera de Malva. En ese ondular dramático, los cuerpos se ven cómodos, el diálogo visual trata de absorber el escenario. Por eso lo simple de la escenografía, los dos clásicos sillones pop y una pequeña mesa de maquillaje que sirve de equilibrio. ¿Esto no era un talk show?

La sincronía de los movimientos nos hace olvidar que a veces falta precisión en el manejo espacial. Otras veces, se resuelven vacíos dramatúrgicos con el recurso del mano a mano y entonces regresamos al Talk Show. Pero éste es ingeniosamente destruido por una dirección acertada: el manejo del silencio -que llega incluso a ser un personaje más- es un estético y efectivo recurso que quita el apoltronamiento escenográfico y espacial del teatro basado en lo oral. Martín Miguel Vaamonde dirige con habilidad el ritmo dramático y deja que la obra adquiera otra atmósfera, la cual me atrevería a decir, se sale del molde clásico –localmente hablando- de las puestas en escena de este tipo.

Una observación personal: Malva es infinitamente solvente cuando se trata de improvisar o de encarnar la improvisación. Quizás lo sea en menor medida cuando recita sus líneas, con lo que la expresividad decae por momentos. Otros, el titubeo y la inseguridad propios del “zapato nuevo” dejan ver las costuras de la obra. La experiencia sobre las tablas de Malva señala la inexperiencia de Simonné, quien pese a tener un problema de dicción, finalmente logra controlarlo con gracia y sale airosa de la prueba. Una incomodidad de estreno, de primera puesta en escena, es aceptable a mi punto de vista pero debe ser trabajada. El zapato debe ser ablandado y llegar a calzar tan suave como un guante. Malva y Simonné deben no sólo vestirse con sus líneas, sino encarnarse en ellas y creérselas. Cosa que no considero difícil debido al alto nivel de intimismo que contiene el texto de Cucalón. Un texto sincero, crudo y decidor. Casi revelador del mundo del que está detrás… Cuando la obra se caliente, cuando adquiera recorrido, cuando el loop deposite a cada quien en su lugar, entonces tendremos un producto sólido. Una obra que vale la pena estar en temporada.




*Publicado en la revista de crítica y Artes Escénicas EL APUNTADOR no 41

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