lunes, 22 de marzo de 2010

PASIÓN DEL CUERPO

invitado: Jorge Dávila Vázquez



“Que toda carne es heno
y toda su gloria como flor del campo”

Isaías 40, 6


Para E.



Porque yo soy
nosotros,
soy tú,
soy él
somos el mundo,
he de hablar
en plural,
humildemente.


1

Todos alguna vez
tenemos
una noche
de sudores de sangre
y ángeles
con su copa
de amargura.

Todos, desamparados,
clamamos:
“Señor,
aparta de mí este cáliz,
te lo imploro”.

Y hundidos
en la noche
y las tinieblas
decimos “ay,
nadie parece escuchar
nuestro gemido.”

Todos sufrimos
el beso de traición,
escuchando el susurro:
“es éste”,
mientras feroces garras
nos sacuden.

La multitud hostil
se arremolina
y los amigos…
duermen.
Total indiferencia.

Mas, después del sueño
y el alcohol
y el “no supe qué pasaba,
perdona”,
juntos acabaremos
aceptando
la vía dolorosa.


2

La cabeza
llena de los rumores
de la carne.
La cabeza
encendida
de fiebres sin medida.
La cabeza
coronada de espinas
del deseo.


3

Los azotes del alma
que desgarran la carne
con su estribillo-látigo:
tú, tú, tú…
El mismo de siempre,
el que no cambia.

Los azotes,
la voz admonitoria,
los libros sacros,
la autoridad,
la palabra dicha
y nunca revocada:
el reiterado “infierno tan temido”.

Al final sólo
somos un sujeto
de burlas,
escarnecido,
humillado,
que cura sus heridas,
solo,
y en silencio,
como un perro
al que abandona
el amo,
y que lame sus llagas
sin consuelo.


4

Cantan los gallos
y hemos sido negados
no una vez,
no tres,
mil veces.

Los amigos se alejan,
en medio de la noche,
indiferentes,
entonando una canción
que habla de soledades
y traiciones.

Somos humanos,
dice alguno de ellos.
Y convencido se une al coro
de sombras.

Todos se encojen de hombros.


5

A veces alguien
recuerda
esa última comida
-suspende la lectura-
evoca
la lealtad jurada,
la mano tibia
que se posó
en su mano con ternura,
las promesas,
el vino derramado
y el pan roto.

Son cosas de ebrios,
dice,
y sigue en su lectura.


6

Y Barrabás
será nuevamente
el elegido,
en medio de los gritos
del gentío.

Alguien –quizás Pilatos-
nos mostrará humillados,
ofendidos,
semidesnudos,
con el cuerpo ofrecido
a los insultos,
al deseo,
a la rabia,
y a la befa,
exhibiéndonos
como la carne
esclava y mancillada
ante la multitud enfurecida,
y ha de decir:
“Ecce homo”.
Sí, he aquí al hombre.

Y el grito unánime se elevará
hasta el cielo:
“¡Crucifícalo!”


7

Asombrados,
miraremos
El Expolio
de Doménico Teotocóculi,
llamado el Greco.
Nos estremecerá
ese continente rojo
emergiendo
de un mar de acerbos gestos.

Y una voz dirá
allá lejos,
al fondo
de algún pecho
desgarrado:
“ése fui yo, Doménico,
fuimos nosotros.
¿Cómo has podido
pintarme,
pintarnos,
emergiendo
de esa llama sin fin
-la roja túnica
de las vergüenzas
y las humillaciones-,
si jamás nuestras vidas
se cruzaron?”

Ése fui yo,
nosotros fuimos,
Doménico,
un Cristo
como tantos otros cristos,
al que volviste
inmortal con tus pinceles.


8

Tomaremos la cruz
de las pasiones inútiles,
de las dichas
soñadas sin motivo,
de las largas esperas,
de las promesas
que nunca se cumplieron,
y con el hombro
y el corazón en llagas,
iremos hacia
el sitio
del escarnio final:
el Gólgota
de la pasión
del cuerpo.

¡Qué más da
si tenemos un mal ladrón
a la izquierda
y un bueno a la derecha!

En esta hora
tremenda,
nada
haremos
contra los insultos,
las risas,
los murmullos,
los gestos
injuriosos,
las palabras obscenas,
es el triste momento
de las crucifixiones.

Y no podremos jurarle
un paraíso
si alguno nos defiende
desde su propia cruz
y su tormento.

Nada
conseguiremos
contra el olvido
de panes y de peces,
de redes llenas
y de agua vuelta vino,
de bienaventuranzas,
consolaciones,
y parábolas,
de pequeños
milagros compartidos,
nada,
contra la ingratitud,
del que volvió a la vida,
contra la soberbia
del que fue curado
de su lepra,
contra la multitud
y su demencia.

Nada.


9

Bebe tu vino
mirrado.
Yo beberé
mi hiel.

Tenemos sed.

Abandonados
en medio del gran
grito
y el velo desgarrado
y alguna que otra
lágrima
de mujer enternecida,
la cabeza
caída sobre el pecho,
habremos terminado
esta pasión
del cuerpo.

Abandonados.

¿Habrá para nosotros
tercer día,
resurrección,
desconocido asombro,
manos prestas
a ungir
la carne marchita
con perfumes,
un ángel a la puerta
del sepulcro
y un Tomás
que quisiera
hurgarnos con su duda
en el costado?


10

“Noli me tangere”,
no, no me toques,
no nos toques,
María,
buena mujer,
compasiva
y lacrimosa.

No, no me toques.
No, no nos toques.

No queremos que tus manos
bondadosas
sientan el frío atroz
de un cuerpo muerto,
aunque hayamos
salido
del sepulcro
de las maledicencias
y los gritos,
de la oscura calumnia
y las feroces,
sangrientas
burlas que matan
lo más humano
de lo humano.

No, no me toques,
no nos toques,
María,
dulce y calumniada,
tú también,
cercana a mí/a nosotros,
en esta “Via Crucis”
de la vida.
No nos toques,
antes debemos ir
al Padre,
a que su mano
que enciende las antorchas
de la noche,
nos devuelva
a la vida,
a la ternura,
a la caricia
que espera en algún sitio.


11

Despojados del cuerpo,
sin su pasión a cuestas,
¿caminaremos,
sin ser reconocidos,
en la tranquila senda
de Emaús?

¿Alguien dirá,
con ese tono amistoso
que atraviesa los siglos:
“Es tarde. Quédate con nosotros”?

Y a la luz de una vela,
¿nos reconocerá
en el pan partido?


12

Tiempo después,
una tarde,
los que nos volvieron
la espalda
y nos negaron,
junto
a los que nos dieron
un plato de comida,
un sorbo de agua,
un gesto de amistad
y una sonrisa,
¿mirarán
la imperceptible
luz que se desprenda
de ese cuerpo
por fin resucitado,
subiendo
entre las nubes
hacia el Padre?

Quizás.

Y aun puede ocurrir,
que años más tarde,
alguien
cercano a nuestro
pecho traspasado,
escuchando
en la radio
del auto
el Gloria
de Vivaldi,
nos recuerde.




Gloria - Vivaldi

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