lunes, 3 de septiembre de 2012

Imperativo Trágico


Esto es difícil: seguimos muriendo.

Los nuevos aires políticos que la Constitución de la República, que se fraguó en Montecristi en el año 2008, que viene impulsada por un movimiento ciudadano más progresista, o con más preguntas que el propio texto constitucional, empuja desde yace ya más de media década, no garantiza todavía la real participación y visibilización de los actores sociales. Más aún, y más allá de los candados constitucionales mediante los cuales las poblaciones LGBTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgeneristas e Intersex) no equipara en fondo y forma derechos civiles básicos como la adopción, identidad de género o el matrimonio, está, por supuesto, el principio de no discriminación, aún en territorios parecidos a la época previa a la "descriminalización"de la homosexualidad. Seguimos muriendo, nos siguen matando.

En las dos últimas semanas del mes de agosto del presente año, llamadas telefónicas nos han dejado detenidos en el miedo. Generalmente para avisarnos de la muerte de un compañero o de su desaparición.

¿Qué ocurre cuando una persona a la que estás ligado, súbitamente, muere? Tratas de explicarte, tratas de no agredir su memoria, ni tu propia humanidad con elementos que vayan más allá de lo valioso y humano que habita en tu interior, tu afecto por él, por ella. Sin embargo, pasan un par de días y no puedes dejar de analizar los contextos y los símbolos que enmarcan los hechos que te destrozan.

Personalmente esto me hace pensar en aquella figura que nos cobija a todos los los homosexuales y miembros de las diversidades sexuales y de género, aquel sintagma que hace que nuestras madres sufran y por el que también comprenden finalmente y nos entregan su amor, al saber de nuestra realidad: el imperativo trágico: es lógico que muramos, es lógico que desaparezcamos, es lógico que nos maten: somos marginales: no somos normales.

Seguramente el dolor de los más cercanos y la nube de proactivismo positivo a la que nos obligamos para salir del estigma del imperativo trágico, en ciertos de nosotros, los activistas, los que damos la cara, nos hace tapar la realidad y re-significarla con silencios y sonrisas, gestos de amor como lo que la inteligente y sensible María Clara Bertini hizo por Andrés Buitrón, otorgándole silencio y respeto por su partida con cientos de globos de colores en la noche bulliciosa de la Plaza Foch, símbolo de las diversidades quiteña.

Lo cierto es que este imperativo trágico nos obliga a pensar, es un espejo cruel en el cual mirar nuestra realidad de seres socialmente marginales, excluídos, insultados por la comunidad en la que vivimos desde nuestros allegados hasta el Presidente de la República, cuya majestad presidencial no se des-coloca para referirse despectivamente a cualquier enemigo de manera homófoba o misógina. Sí, somos badeas, maricas, tortilleras, marimachos, y seguimos siendo víctimas de los asesinatos sociales. Nuestras muertes son violentas, pero la sociedad todavía no se violenta con nuestras muertes, porque muchos de nosotros, también otros, intentamos disfrazar el imperativo trágico.

Obras son amores, no buenas razones, decía mi abuela.

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