jueves, 9 de septiembre de 2010

tristezas



No se llama Paulina. No sé cómo se llama, sin embargo, cuando la clase ha llegado a su clímax, pone esa canción de Paulina Rubio que me recuerda tanto al piso de la calle Núñez de Arce, por las tardes, cuando estaba solo y el gato salía al balcón con un cansancio olvidado, se sentaba en el balcón y obviaba la calle con desdén.

Luego llovía, fugazmente. Madrid.

Su nombre no es Paulina, pero cuando pone esta canción, encima de su bicicleta, lanza gritos de entusiasmo que van más allá de la energía que tiene que transmitir, por la que le pagan para dar la clase de spinning... No importa si toca fuerza, fondo o intervalos, ella siempre acaba con esa canción que le gusta tanto.

Como si la vida no importara, ella, durante su canción deja de ser la profesora y sin darse cuenta, me revela algo secreto de su vida.

Sus tristezas.



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