miércoles, 24 de febrero de 2010

La noción de escuela en el teatro ecuatoriano*



Una rápida mirada sobre el acontecer político de nuestras tablas, o mejor todavía, una mirada política sobre el fenómeno escénico, arroja elementos de análisis que ayudan a comprender ciertas falencias y trabas con las que nos encontramos en el hacer de los teatristas y éstas, a su vez pueden alojarse en procesos formativos compartidos o endémicos de nuestros espacios de preparación.

Parece que asumimos el proceso formativo como un mero paso, y éste nunca mejor concebido como tal, como un pasar superficialmente por un conjunto de conocimientos indispensables para hacer lo que hacemos mientras intentamos crear obra artística. Mientras que, inconscientemente, instalamos maneras de trabajar, actitudes, dinámicas o simplemente obviamos irresponsablemente este factor mientras preparamos a los discípulos que prontamente -más pronto que tarde- abandonan los centros de enseñanza, que a su vez son irrenunciablemente espacios de producción, comercialización y distribución de nuestra obra, hacia la marejada del desempleo y la vorágine del yermo medio artístico que compartimos todos.

Y es que continuamente no me canso de insistir en el estrepitoso fracaso que, es para un artista, enfrentarse a una realidad comercial donde escasean los espacios.

La noción de escuela que es, sin lugar a dudas, el sitio done impartir los conocimientos, está ampliamente (re)simbolizada por diversas iniciativas al margen de la escuela oficial. Esta revisión del significado y la forma que una escuela oficial ofrece y es, en la escuela privada tiene que habitar, generalmente, con la forma de producir que el grupo gestor del espacio ha inventado, le funciona o incluso, constituye un discurso político –en el mejor de los casos- que indefectiblemente es un revulsivo a la práctica oficial. Así debería ser, filosóficamente, ésta debería ser su phronesis. Sin embargo, mucho me temo que al mismo tiempo, el carácter de sobrevivencia que tiene el proceso produccional del teatro ecuatoriano, su necesidad contingente de cubrir unos beneficios reales y no menos loables que los que el estado y el sistema debe ofrecer a sus ciudadanos, hace que dicho proceso vicie y ensucie la creación y la exhibición de la obra.

¿No es suficientemente notable el imperativo de la realidad (émico) sobre la capacidad de crear y la forma de hacerlo (ético)?

Vayamos por partes.

Una escuela estable como la oficial, que hasta el momento es solamente la Escuela de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador, que no establece ciclos de formación estable o procesos de largo recorrido, de manos de los propios profesores, sino que se reduce únicamente a rellenar horas lectivas aritméticamente, además de carecer de un sistema de conexión con el medio (seminarios, muestras, talleres, residencias, especialidades, postgrados, etc), deja un claro faltante donde lucrar con las éticas privadas, sacadas de la chistera o del talento paseado por el extranjero de unos pocos. Tiene la infraestructura, no la corrompe con el mercado, pero tampoco se expande ni hace cultura con la sociedad a la que pertenece.
La otra realidad es la de las iniciativas privadas, que surgen -en su gran mayoría- por los propios egresados de la escuela oficial, que lamentablemente tienen que vivir de algo y que fundan su centro de enseñanza a espaldas de la oficialidad, porque ésta tampoco lo permite y/o somos algunos reciclados o directamente formados en el exterior, gurús de lo que pregonan, que tampoco hallan un espacio en la escuela oficial y que atentan inconscientemente (espero) con la formación de un discurso estético propio, de la realidad a la que pertenecemos, pero que sin embargo reproducimos con nuestra práctica lo peor de lo que tenemos: un panorama teatral huérfano, donde el estado, garantizador de su patrimonio, termina inventándose disparates como la creación de una compañía nacional en los márgenes, por aquello de que la cultura tiene que ser de todos.

Entonces, exhibidores, es decir, SALAS DE TEATRO: ¿Cuál es la escuela de formación de espectadores y de formación de artistas que ofrecen con aquellas temporadas-puchuela de dos o tres fines de semana? ¿A quienes se les hace la excepción de prolongar permanencia y así aprender de la exhibición de una obra de teatro? ¿Cuál es el riesgo empresarial que ustedes corren y, en esta misma línea de reflexión, conocen ustedes la especificidad de, por ejemplo, la madurez que las tablas dan a los artistas, al público, a la propia obra de teatro, es decir, el producto que ustedes venden?

Ahora, gestores estatales, espacios oficiales: ¿Conocen ustedes la realidad anterior? ¿Sabrían dar soluciones inmediatas y mediatas a estos problemas, sin que estas pasen por soltar el poco dinero que tienen, como si de una patata caliente se tratara hacia las necesitadas manos de los actores culturales? ¿Podrían dejar de lado la filantropía cristiana y concienciarse de las necesidades de espacios para la representación que todos los artistas tenemos? ¿Saben lo que son las compañías concertadas? ¿Se han preguntado cuál es el germen de la escuela estética que están sembrando con las políticas con las que actúan?

Finalmente, actores, directores, estudiantes, teatristas en general: ¿No será bueno juntarse en un ágora de conocimiento, dejar de lado el ombligo e intentar una forma de trascender el asfixiante mercado estatal o capitalista que nos toca vivir y crear dinámicas de gremio, que además nos permitan desde la autocrítica, crecer y permanecer?

Veo con mucha tristeza grupos consolidados y teatreros consolidándose en medio de ese penoso paisaje y no dejo de pensar en la escuela que me hace, y en aquella que me hizo. Sí, yo no borraré de mi hoja de vida, mi tránsito por la escuela ecuatoriana, porque éste denuncia la realidad en la que vivimos y no aquel ego ético que sostiene la impunidad del que no se ocupa de la oficialidad.

Todos nos quejamos que el publico no viene al teatro. Pero, no queremos asumir que el vulgo, con razón y fiereza nos espeta en la cara que el teatro es aburrido y malo. ¿No es esta una reflexión que debiera de asentarse en todas y cada una de las escuelas?


*Publicado en la revista de crítica y Artes Escénicas EL APUNTADOR no 42 SUSCRÍBETE!!!!

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