entonces,
abrió la chistera, y sin decir las palabras mágicas,
cayeron todos los espejos en un estrepitoso final;
su dibujo,
en el reflejo borroso de las mojadas baldosas del metro de madrid,
me hizo comprender que esa no era la manera,
que sin amor verdadero yo jugaría a las mayores destrezas para llegar a la vulgaridad suprema; mi exquisitez mediocre disfrazándose irreductiblemente de cancioncita para bobos.
salí y la lluvia de las calles era menos incómoda que triste;
confundidas,
las mejillas con gotas saladas y dulces se abrieron paso por el vértigo.
(pensé que nunca iba a publicar este borrador...)
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